El empuje almohade consiguió acabar con los diferentes focos de disensión en al-Andalus, y atacar a los cristianos, en una época en que los problemas internos y las disensiones entre los portugueses, leoneses y castellanos, debilitaban notablemente su situación. En cualquier caso, ninguno descuidaba la actividad bélica en la frontera, destacando especialmente Alfonso VIII de Castilla, quien después de una complicada minoría, retomaría la ofensiva contra el Islam con la suficiente virulencia como para que el califa almohade Abū Yūsuf al-Mansūr viniera a al-Andalus con un gran ejército que en 1195 venció estrepitosamente al castellano en la batalla de Alarcos.
Este fracaso no amedrentó al rey castellano, y después de una época de treguas con al-Andalus, que los cristianos utilizaron básicamente para limar sus asperezas, Alfonso VIII, sin esperar que esas treguas expirasen, inició hostilidades en 1209 y desde Toledo el rey se dirigió contra Jaén y Baeza, mientras que los calatravos atacaron Andújar, haciendo ambos un gran botín18. Estos ataques tenían como finalidad intentar controlar los pasos de Sierra Morena con el fin de intentar realizar un ataque a fondo en territorio andalusí. De hecho, estas acciones por sorpresa y dentro del periodo de paz, motivaron las protestas del califa almohade, Abū ‘Abd Allāh Muhammad al-Nāsir, sin mucho éxito, por lo que éste empezó a reunir un formidable ejército que en 1211 se encontraba ya dispuesto en al-Andalus. Este mismo año, tropas castellanas protagonizaron numerosas algaras por tierras de Andújar, Baeza y Jaén, mientras el rey atacaba por Levante hacia Játiva19. La reacción almohade supuso la conquista de Salvatierra, sede principal de la orden de Calatrava, sin que los cristianos pudieran hacer nada por evitarlo20. Esta serie de acontecimientos no eran más que la manifestación de una situación que sólo se podía resolver mediante el enfrentamiento frontal de los dos ejércitos, por lo que ambos bandos se empezaran a preparar para una gran batalla. De hecho, el impacto e la caída de Salvatierra llevó a Alfonso VIII a solicitar al papado la predicación de una Cruzada contra los almohades, petición que el papa Inocencio III aceptó, iniciándose en enero de 1212 el llamamiento a cruzada por todas las diócesis de Francia, consiguiéndose movilizar unimportante contingente de cruzados en Poitou, Gascuña y Provenza. Junto a ello, el Pontífice empezó a movilizar a los arzobispos y monarcas peninsulares21, reuniéndose en La Península un amplio contingente de tropas en el que participaron en mayor o menor medida todos los reinos cristianos22. Por otro lado, Al-Nāsir había concentrado en Sevilla un inmenso ejército23.
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