Al tercer Domingo de Adviento se le denomina “Domingo de la alegría”. Así lo expresa la primera lectura del profeta Sofonías: «Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel”. Y la segunda de Pablo nos invita a “estar siempre alegres”. La alegría es una especie de agua fresca y transparente de manantial, que inunda toda la liturgia de este día. El evangelista Lucas nos va a señalar el camino de la verdadera y auténtica alegría.
1.– La gente preguntó a Juan: ¿Qué hacemos? El verbo “hacer” es el verbo de la verdad. Muchos se pasan la vida conjugando el verbo “hablar”. Ahí tenemos a los “parlamentarios”. Otros se entretienen con el verbo “pensar”. Son los filósofos y los sabios. A otros les va bien el verbo “soñar”. Son los poetas. El cristiano opta por el verbo “hacer”. ¿Qué debo hacer? Es la pregunta de Pablo al Señor después de su conversión ¿Qué quieres que haga? (Hechos.9,6) Los que escuchan las palabras y no las ponen en práctica se parecen a unos “necios que edificaron su casa sobre arena”. Toda su vida se arruinó (Mt. 7,26-27).
2.– El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene. No basta con querer hacer cosas buenas, sino que San Lucas es muy concreto: Esto hoy día significa: el que tenga dos vestidos, que dé uno; el que tenga dos coches que dé uno; el que tenga dos casas, que dé una; el que tenga dos puestos de trabajo ceda uno al que no tiene ninguno. Y, en seguida, vienen las objeciones: ¿Qué pecado es tener dos viviendas, dos coches, etc, si lo he conseguido con un dinero justo? Todo eso podría estar bien si todo el mundo tuviera cubiertas las necesidades más elementales. El problema está en usar tranquilamente las cosas superfluas sabiendo que otros hermanos míos no tienen las necesarias. Esto es muy difícil de explicar. Lo entendemos los que hemos vivido años en países del “tercer mundo”. El hecho de haber nacido en un país pobre, ¿puede quitar a sus habitantes el derecho de tener una comida, un vestido, unos zapatos, una escuela, una vivienda humilde, un hospital? Esos, también son hijos del mismo Padre que hace salir el sol y manda la lluvia para todos. ¿Qué pecado han cometido los que han nacido en un país pobre?
3.– Con todo, la liturgia de hoy nos invita a la alegría. La alegría llega a este mundo porque viene Dios a reinar. Y el reino de Dios es un reino de fraternidad, de libertad, de solidaridad. Y los seguidores de este Reino son los auténticamente felices. Los pobres no son felices por el hecho de ser pobres. Pueden ser felices porque tienen a Dios como suprema riqueza de su vida y saben que es un Padre que quiere inmensamente a sus hijos y no puede tolerar que nadie se muera de hambre. Jesús ha venido a servir, a crear fraternidad, a sanar, a quitar pesos que oprimen a la gente. Pero para ser felices no basta que sepamos esas bellas enseñanzas. Hay que ponerlas en práctica. Después del lavatorio de los pies, Jesús dice esta frase: «Y sabiendo, como sabéis, estas cosas, seréis felices si las cumplís” (Jn. 13, 17).
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