El 11 de febrero de 1627 el arzobispo Deza de Guzmán formó de manera oficial la junta encargada de abrir la beatificación del rey incorporando a ella, entre otros, al padre jesuita Juan de Pineda, a quién se encargaría la elaboración de una biografía fernandina, al doctor Juan de Torres Alarcón y a varios componentes del Cabildo Catedral como el Capellán Mayor de San Fernando o el Canónigo Penitenciario. Esta comisión comenzó a trabajar con prontitud solicitando a Roma la firma de las bulas papales que incoaran el proceso, aportándose tras su llegada diferentes documentos y comenzando el interrogatorio de los testigos .
De la efectividad de los miembros comisionados habla con total claridad que el proceso estuviera ya en 1632 resuelto para ser enviado a la ciudad eterna5 . En 1634 vemos de forma palpable la ilusión del monarca por la beatificación ya que es el propio rey en el que envía una real cédula a todas las instituciones del estado en la que ordena se habiliten medios económicos con el fin de ayudar a los gastos del proceso, la misiva real es leída por el Cabildo Catedral el 29 de mayo acordando los calonges “que de su cuenta y de su mesa capitular se gastase toda la cantidad que fuese menester” y enviándose poder a Diego López de Ayala, canónigo agente en Roma, y a Bernardo del Toro, comisionado ante la Santa Sede, para que se siguiera vivamente con el proceso .
Sin embargo este mismo año el pontífice Urbano VIII firma el breve Coelismis Hierusalem que regula con nuevas normas los procesos de subida a los altares de los siervos del Señor, por consiguiente las legítimas aspiraciones sevillanas tenían que adaptarse en espíritu y forma a las nuevas disposiciones pontificias. Sin duda otro factor que condicionó la paralización del proceso, fue las malas relaciones personales ente el pontífice reinante y el prelado sevillano cardenal Borja desde los tiempos en que este último era representante del gobierno español ante el Vaticano, y que se mantuvo vivo hasta la muerte de ambos, acaecidas la de Urbano en 1644 y la del arzobispo sevillano en 1645, pareciendo demostrar lo escrito el que la causa volviera a brillar con vigor desde 1645, ya bajo el mandato pastoral del nuevo arzobispo Spínola.
Lamentablemente Spínola muere “el año más trágico que ha tenido Sevilla desde su restitución”, el día 12 de febrero de 1649 mientras la ciudad se enfrentaba a la infausta y terrorífica epidemia de peste, por lo que ya fue su sucesor el dominico Domingo Pimentel el que firmó el envío de la causa el 27 de julio de 1652 .
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