A comienzos del Siglo XVII la inexistencia de un rey santo reconocido por la Iglesia en la genealogía de la Monarquía hispánica comenzaba a ser un problema. La intelectualidad inició entonces la búsqueda de un rey Santo Hispánico. La década de los años veinte fue crucial en el inicio de este proceso. La Corona española se había implicado en la guerra de los Treinta Años, presentándose en este conflicto político, territorial y religioso como la defensora de la fé católica. Pero la asunción de este papel entraba en rivalidad con otra potencia que ya contaba por entonces con una genealogía real santificada por la virtud de algunos de sus monarcas, como San Luis de Francia. Era necesario por tanto que la Santa Sede reconociera a algún monarca español como rey santo y vincular genealógicamente a dicho monarca con la rama española de los Austrias.
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