jueves, 16 de septiembre de 2021

San Fernando y la Virgen de Linares.

Fernando III fue decisivo para Córdoba, dándole una vitalidad ausente en sus últimos doscientos años de gobierno musulmán. Deshabitada y rodeada de territorios hostiles, la incluyó en la jurisdicción real y la dotó de un generoso y modélico Fuero de Ciudad, que diseñaba sus instituciones municipales y garantizaba su repoblación con hombres libres, sobre todo castellanos y leoneses. El propio Rey residió en ella hasta liberarla de amenazas bélicas. Córdoba ejerció desde entonces, y hasta 1492, como capital de la frontera, reportándole numerosos beneficios económicos y políticos.
Consagró la Mezquita como Catedral, pero respetando el mihrab y las inscripciones coránicas. Dividió Córdoba en tantos barrios como parroquias creó, catorce: Santa María o barrio de la Catedral, San Miguel, San Nicolás de la Villa, Santo Domingo de Silos, El Salvador, San Juan de los Caballeros, Omnium Sanctorum, Santa María Magdalena, Santiago, San Lorenzo, San Pedro, San Andrés, Santa Marina y San Nicolás de la Ajerquía. Y fundó cuatro notables conventos: La Merced
(mercedarios), San Pedro el Real (franciscanos), Santísima Trinidad (trinitarios calzados) y San Pablo (dominicos).


La tradición señala que Fernando III trajo consigo la imagen de la Virgen de Linares y la depositó en una atalaya mora cuando acudió a asediar Córdoba en febrero de 1236. Dado que la Reconquista de Córdoba es la primera que se produce en Andalucía tras las de algunas plazas jiennenses, podemos afirmar que estamos hablando de una de las devociones marianas andaluzas más antiguas.

El santuario está a unos ocho kilómetros de Córdoba, en un paraje de extraordinaria belleza. Se encuentra sobre una pequeña colina. A sus pies corre un sinuoso arroyo, rumoroso en alguno de sus tramos por los roquedales que tiene en su curso, y tranquilo en las balsas que se forman en su recorrido. A ambas márgenes se alza una frondosa alameda, donde anidan multitud de ruiseñores, teniendo al pie de los álamos y a lo largo de todo el curso del arroyo centenares de rosales y flores silvestres, enredaderas y espinos.

El resto del paisaje lo forman olivos, pinos y monte bajo en el que crecen jaras y lentiscos, que hacen del entorno del santuario un paraje verdaderamente delicioso y encantador. A poca distancia de la ermita, con unas panorámicas bellísimas, sobre todo el entorno de la misma, se halla el Puerto de la Salve, lugar desde el cual, al avistar el santuario, los romeros rezan su primera Salve a Nuestra Señora.



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