Este retrato real se integra en un interior abierto a una vista exterior. La figura del rey se erige como protagonista, situada entre un basamento con columna, en parte oculta por el ampuloso cortinaje carmesí, y la mesa de justicia sobre la que descansan el cetro y un guantelete. Viste armadura completa, correspondiente a la época en al que se realiza el óleo, ricamente ornada con incrustaciones de hilos de oro. Envuelto en manto real de armiño, y coronado, empuña con su mano derecha la espada lobera, mientras con su mano izquierda sostiene un globo terrestre, símbolo de cosmos, coronado por una cruz, triunfo de la cristiandad. Su rostro se halla enmarcado por un nimbo luminoso, en consonancia con el rompimiento de gloria en el que se sitúan diversos angelillos.
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