sábado, 25 de diciembre de 2021

Reflexión Nacimiento de Jesús.

Queridos amigos, paz y bien.

No será la última vez que escuchemos este evangelio durante las Navidades. Merece la pena, porque tiene profundidad suficiente para meditarlo largo y tendido. Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos dado.

Todo para lo que nos hemos estado preparando, tiene lugar hoy. Y la Palabra nos lo va contando, de forma un tanto peculiar, como nos resulta siempre el Evangelio de Juan. Si lo pensamos bien, el Adviento nos ha ido abriendo los ojos, para que entendamos este fragmento. Lo ha dicho muy bien la Carta a los Hebreos, “en muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

En efecto, ese Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, eterno e indivisible, desde siempre quiso que todos sintieran el calor de su presencia cercana. Esa Luz que es Cristo se hizo carne, para que todo hombre pudiera ver que Jesús es nuestro hermano. Y Dios, nuestro Padre.

Esa oferta fue y es universal, la Luz vino al mundo, y los suyos no la recibieron. Incluso algunos se esforzaron por eliminar esa Luz para siempre. Pero es imposible. La Luz de Cristo venció a la muerte, y nos ha dado a nosotros, a los que la hemos aceptado, la hemos recibido, la posibilidad de sentir que la salvación es posible. Todo lo que era perfecto en un comienzo, y que nosotros estropeamos con nuestras decisiones erróneas, con nuestros pecados, se arregló con el nacimiento de un niño en un pobre portal de Belén.

“De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.” Hoy no es un día para pensar mucho. Es un día para adorar, para dar gracias al buen Dios y decirle que nos permita seguir siempre viendo la Luz de Cristo. Esa luz que ilumina nuestra vida, los buenos y los malos momentos. Sobre todo, los malos.

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