A la muerte de Alfonso IX de León, su esposa, Doña Berenguela, avisó a su hijo Fernando para que acudiese a los funerales de su padre. Mientras llegaba de Jaén, Doña Berenguela, empleando su maravilloso ingenio, la argucia femenina, logró convencer a los grandes del reino que era necesario, para bien de la nación, proclamar como sucesor del rey de León a su hijo Fernando, por considerar que sería, como fue un rey prudente, buen guerrero y piadoso cristiano.
Resueltos todos los inconvenientes, prosiguió Don Fernando, como rey de Castilla y León, sus campañas por Andalucía, y preparando la reconquista de Córdoba, considerada como la más importante ciudad del antiguo califato.
Una vez dominada esta ciudad, quiso el monarca cristiano realizar un acto de justicia y autoridad, devolviendo a Compostela las campanas de aquella basílica, que por orden de Almanzor habían sido traídas hasta la mezquita de Córdoba a hombros de cristianos, para que sirvieran de lámparas. La restitución se hizo en esta ocasión a hombros de musulmanes.
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