El cerco de la ciudad fue largo. Durante el mismo se sucedieron aventuras caballerescas y heroicas, propias de guerreros y jóvenes generosos. Pero Don Fernando estaba siempre presto a reprimir y controlar cualquier exceso; ya que el sentido que siempre dio a la reconquista fue la de una guerra de pacificación y hermanamiento para la fe, y no la de exaltar los valores heróicos.
Tras quince meses y tres días de asedio, las autoridades sevillanas determinaron entregar la ciudad. Era el 23 de noviembre de 1248. La gloriosa capitulación se realizó en un clima altamente humano y lleno de ese deseo de conciliación que nuestro rey ponía siempre en estos actos. Le importaba más conseguir la amistad y el respeto que la imposición victoriosa. Habían transcurrido 535 años de dominación agarena cuando, el día de San Clemente la capital de la Bética, la Híspalis de los Romanos y la Ixbilia de los árabes, pasaba a manos cristianas. Las llaves que árabes y judíos entregaron a Don Fernando tenían inscripciones hebreas que misteriosamente profetizaban el suceso con estas palabras: la árabe decía, Dios abrirá y el rey entrará y en la judía podía leerse: el rey de los reyes abrirá y el rey de toda la tierra entrará.
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